"Voy a intentar narrar cómo pensaba que me
podría relacionar en la cárcel. Empezaré por cómo me imaginaba yo que era una
población de delincuentes. No había tenido nunca ni a ningún nivel, ni tan sólo
una hora o un minuto, ningún contacto con la cárcel.
Como bien se sabe, desde que la Policía
Judicial le da a uno la bienvenida, el trato es a base de golpes. Además, son
tales las técnicas de opresión en los países tercermundistas y subdesarrollados
que uno acaba por firmar cualquier acto que no cometió.
A partir de ahí, uno se va volviendo o no
paranoico porque no se trata de paranoia sino de realidad. ¿Quién no tiene
núcleos internos de contenido paranoico sin tocar?. Yo creo que todo el mundo, y
aquella realidad los potencia aún más. Entonces, cuando uno cae en manos de
ellos, empieza el caos. Un caos en el cual la amenaza constante y presente es la
de la muerte.
Por lo que uno oye, ve, por lo que te hacen,
por tus compañeros y la gente que está ahí no se trata de muerte psicológica
sino de muerte real, de la muerte en vida. Después de pasar por las dependencias
judiciales la llegada al Penal es fácil. Cuando supe que me tocaba una cárcel de
1.300 personas, me figuraba, deducía, (no por necesidad de investigar sino de
saber) que la estructura de un delincuente es la de una persona rebelde, fóbica
al miedo y por lo tanto enmascarada de violencia y agresión como mero mecanismo
de subsistencía.
En un ambiente como aquel no ser violento
propiciaría que me sometieran no porque me falte capacidad para ser agresivo y
violento sino porque no me convencía aquello de pagar con la misma moneda. Era
gente de un nivel cultural muy bajo, sin ningún conocimiento personal, con esa
costumbre tan propia de los penales de querer dirigir a los demás, de vivir a
través del otro dándole seguridad, protegiéndole.
Dentro de la cárcel, dentro de los dormitorios,
existe un inframundo independiente de los vigilantes y de la dirección. Aquellas
normas y valores de los delincuentes estriban en el reconocimiento del que más
robó, asesinó o violó. Al peor de todos se le considera el jefe mayor.
Yo, al no tener ninguna de esas conductas
delictivas de la cual presumir delante de ellos, sino todo al contrario,
fantaseaba que el orden, el silencio y el hablar bien podía ser una
provocación.
Me angustiaba el cómo dar el primer paso, no
esperar a que se acercaran sino ir yo hacia ellos. No sabía quiénes eran mis
compañeros de celda. El robo es algo corriente en la cárcel. Por mi propia
patología, soy exagerado en todo. La austeridad no es mi fuerte, y me imaginaba
que esto podría representar una mayor provocación. Lo que sí tenía claro era que
no respondería a ninguna agresión. Así podría dar pie a que no siguieran
manteniendo el mismo tipo de diálogo. Mi edificio agraciada o desgraciadamente
era el peor, el más ruinoso, violento y con mayor nivel de drogadicción. Tuve la
suerte o la desgracia de caer allí.
Había otra alternativa que nunca quise coger:
consistía en acercarme a la dirección para que me dieran la oportunidad de
trabajar en algo. En estosmomentos, me sentía muy mal internamente por la
pérdida de la libertad.
El medio ambiente era muy agresivo, muy
hostil.
Los compañeros de edificio son invasivos,
intentan tomarle el pelo a uno. No se quieren sentir menos que uno, y
entoncestodo nuevo tiene que pasar por la novatada, y la novatada es explotarlo
a uno. Lo primero que hice no conscientemente, por lo menos no creo que lo haya
tenido calculado fue no perder el centro de atención sobre mí, mantenerme lo más
posible alerta; no como vigía paranoide sino atento a mis respuestas, a mis
palabras,al contenido de mis palabras, atento a mi respiración, atento, atento a
mí.
Al estar tan ocupado en aquello, no me daba
tiempo de ver el exterior, ponerme a analizar, a cuestionar a los demás. Me era
más productivo estar conmigo, más sano que buscar disculpas fuera: las había y
en abundancia si las quería encontrar, porque en un ambiente como éste existen
todos los factores de provocación. Opté por no perder mi centro de gravedad, y
cuando digo gravedad me refiero al presente, al estar consciente. Un estar
consciente de la cárcel, de no ponerme la etiqueta de superioridad económica,
intelectual o psicológica, sino de ser sencillamente uno más.
Era posible e imposible serlo porque no
teníamos nada en común. Lo único que compartíamos era la pérdida de la libertad.
Yo asumía el por qué estaba aquí y veía que en el fondo ninguno de ellos
aceptaba
la cárcel en el sentido en que no se
responsabilizaban de los actos que provocaron el ingreso en ella. Veía en las
manifestaciones de destrucción de la institución, la misma rebeldía, y en el
reclamo y en la demanda la
no-aceptación de haber delinquido.
Mi situación era ir limpiándome lenta y
claramente porque directa o indirectamente yo había optado por estar aquí.
Podría disculpar la forma y la situación en que ocurrió pero era muy consciente
de haber decidido estar aquí.
Eso me tranquilizaba, me daba la posibilidad de
no estar en el exterior, de no perder el tiempo en el reclamo. Por tantas cosas
qué digo, por la agresión a través de la violencia, me era difícil relacionarme
con mis compañeros y también con el área de vigilancia.
Me parece evidente que cualquier trabajador se
identifique consciente o inconscientemente con el lugar en el que trabaja. Lo
que intento decir,es que los custodios (las personas que trabajan en un penal)
tienen una
maldad reactiva convertida en bondad, y que
tienen los mismos pensamientos y la misma reacción puesta del lado de la
pseudo-bondad.
Me costó aceptar que la autoridad nada tenía
que ver con losconocimientos intelectuales, económicos o de crecimiento
personal. El aceptar la autoridad por la autoridad no era congruente con mi
situación pseudo- evolucionada, y que un patán, un ignorante, alguien
grosero,violento e inhumano pudiera ejercerla fue todo un trabajo para mí, me
confronté con que yo no podía hacer otra cosa que integrar lo que sentía y lo
que pensaba. Me descubría constantemente escabulléndome en interpretaciones y
justificaciones de lo que me rodeaba. De no haber proseguido con la
auto-observación constante, hubiera caído en las tentaciones que se me
presentaban y esto es una jungla de tentaciones. Se trataba ante todo de no
ponerme en la actitud de desvalorizar a los demás,descalificarles por
ignorantes.
Lo primero que hice en este edificio (que ya
comenté que era el peor, por rebeldes, por antisociales, por agresivos, por
fármaco dependientes, por reincidentes, con una población nada uniforme sino
muy diferente en delitos y personalidades), lo primero que hice fue localizar a
los líderes, saber quiénes eran los que gritaban más fuerte, los que de una
manera u otra llevaban la batuta. No era premeditado, sino que iba percibiendo
mis intenciones sobre la marcha. No me costó localizarles ni comunicarme con
ellos. Ya sabían porqué yo estaba aquí, ya tenían la información de mi caso por
periódicos de mucho escándalo y me creían un pez muy gordo.
Fui acusado de narcosatánico. Me parece que
ellos no me la creyeron y pensaron que era parte de una estrategia montada por
mí.
Durante mucho tiempo, insistieron en que les
contara qué hacía yo con los cadáveres y las magias negras. Cuando les dije la
verdad hubo encuentro. Hablé por separado con cada uno de ellos. Siempre he
creído que la palabra va a la mente, y que la gente pregunta desde la cabeza y
ese preguntar es pura satisfacción narcisista, egocéntrica. Yo intentaba
llegarles al corazón, que mis respuestas tuvieran la capacidad suficiente
como para llegar a la esencia de ellos: al
corazón.
Contestar con la verdad y que ellos tuvieran el
derecho de creerme o no, pues es difícil en el imperio de la mentira que me la
creyeran a mí a la primera; Yo sabía que esto lleva tiempo, pero sucede que
merecer la confianza es toda una labor: se gana con la actitud, no a través del
convencimiento intelectual, que confíen en mí me llevaría mucho tiempo.
Por mi propia seguridad tenía que actuar de
inmediato. Estaba atento a no intentar dar un doble mensaje y no despertar
fantasías. Era muy consciente de que lo que sembrara se me iba a rebotar. Al
saber ellos que
yo era terapeuta me vieron como alguien en
quien confiar. Empezaron a hacerme preguntas, a preguntarme sobre su familia,
ellos creían que yo era abogado), a consultarme como médico hasta que (y eso me
costó mucho trabajo) les logré aclarar que mi trabajo era ser terapeuta: es
decirestar en el lugar más adecuado, en el imperio del sufrimiento. Les decía
que yo estaba en el lugar idóneo, en el campo más fértil para trabajar. Les
solía leer y contar historias a menudo. Les acostumbraba a que se escucharan
hablar, a que se dieran cuenta de cómo se traicionaban y se delataban a sí
mismos, cómo eran ellos mismos cómplices o traidores en la relación con la
policía tanto como con sus compañeros de banda o de cárcel. Les invitaba a que
despertaran a que abrieran los ojos, a que vieran qué mal se engañaban a sí
mismos.
Me gané su confianza siendo uno de ellos pero
sin victimizarme. No quitarme el saco sino dejármelo bien puesto, cosa que les
desconcertaba porque veían que yo no negaba mi posición de delincuente.
Ese desconcierto en lugar de provocar en ellos
inseguridad e incertidumbre hizo que yo fuera bien recibido. No tenían porqué
desconfiar de mí. No tenía ni la conducta ni las características de un
delincuente y eso les hacía confiar. Poco a poco, al relacionarme con ellos,
iban reflexionando sobre el por qué de su estancia en la cárcel, ¿por qué
repetían tanto? ¿por qué provocaban tanto a los custodios y a las áreas? ¿por
qué buscaban inconscientemente todas las disculpas posibles para poder seguir
siendo retenidos o para seguir siendo castigados?
Hicieron un buen trabajo. Muchos lograban
captar cómo se trampeaban a sí mismos en esta aparente lucha intelectual de que
lo único que les importaba era su libertad, cuando eso era mentira, porque
terminaban haciendo lo imposible un día antes de salir para quedarse.
Era como el síndrome del niño golpeado que
termina identificándose con el objeto opresor. Lo cual era ya una perversión. Yo
les explicaba que al identificarse con el opresor terminaban negándose a sí
mismos.
Tenía que hacerlo con mucha sutileza y claridad
para no ser malinterpretado, ya que esto iba aparentemente en contra de su
manera de pensar. Les hacía notar que el trabajo es sano y saludable y que el
lugar donde vivimos es donde estamos, no donde queremos estar; que es nuestra
casa y nosotros la hacemos casa o cárcel. No se podía negar que esto fuera
cárcel pero yo no creo que la pérdida de la libertad física sea el valor más
grande sino que la cárcel estriba en el impedimento de la libertad de expresión.
La invasión de tanta violencia del exterior, la
violencia tan gratuita de mis compañeros, tanta agresión, tanto descontento,
tanto resentimiento, para mí eso sí que era cárcel y lo sigue siendo.
Transformar a 1.300 era toda una odisea. Lo
único que quería era vivir un poquito más en paz, que pudieran escuchar un poco
de música clásica(la que ellos escuchaban no hacía más que reforzar la misma
angustia, ansiedad y violencia). Intentaba que a través de la música se pudiera
descansar y estar en silencio. El silencio aquí es casi imposible por los mismos
niveles de angustia en que se vive, pero se logró bastante.
Hay que cuidarse de esos 1.300. Si te golpean y
subes a dirección, te consideran un traidor, entonces no sólo te castigan sino
que te rechazan dentro de la población y pierdes su confianza. Hay una ley
general abajo: que si eres robado tú tienes que recuperar esa prenda (incluso a
golpes) pero no puedes apoyarte ni en los vigilantes ni en la dirección, porque
has traicionado a la población, a las normas delincuenciales por decirlo de
alguna manera. Es necesario andar con mucho cuidado, lograr establecer buena
relación con los líderes, con los compañeros.
Otra cosa que yo necesitaba era mantenerme, no
perder la libertad, no disolverme entre todos, no perder mi centro, mi yo, mis
ideales, mis pensamientos. La regla de oro para mí era rogarle a Dios que no me
volviese duro, que no perdiera la capacidad de sentir, de amar, aunque eran
grandes las tentaciones. Yo no quería ser violento, duro, insensible,
demandante.
Otra preocupación mía era que mis ojos no
perdieran la capacidad de llorar y así lavar mi alma. El precio a pagar por
negar el sufrimiento y el dolor era la muerte en vida, por eso no quería
endurecerme, convertirme en una piedra, volverme insensible. Sentir que en la
mente tenía un mantra (OM NAMA CHIBA YA) fue una gran ayuda, un gran apoyo.
Prefería decir Om Nama Chibaya que sentir latigazos, devolver las agresiones o
querer aplastar a alguien. Luego, por las tardes, reflexionaba sobre las muchas
posibilidades que tiene uno de no hacerse responsable de su situación. Hay cosas
que dependen de uno y otras que no, pero sí tenía conciencia de que yo tenía
que responsabilizarme porque era el único que podía hacer algo ahí. Este era el
lugar más adecuado para hacerme la cárcel más cárcel o hacerme un proceso de
crecimiento. El lugar también más difícil para ver de qué tamaño soy, de qué
tamaño era yo y cuáles eran mis límites y mis capacidades. Era una revisión
general y tenía disculpas de sobra para justificarme pero no se volvería a
repetir esa oportunidad para aprender. Darme cuenta de eso fue importante. De
otra parte, querer ser uno más era pura pretensión. No tenía nada que ver con mi
realidad interna.
Era algo falso, soberbio, pues al no sentirme
uno más por mis conocimientos era precisamente como yo podía servir a los
demás.Me hubiera podido quedar empachado de lo poco que sabía pero era más útil
ayudar a los compañeros y así ayudarme también a mi mismo.
¿A qué conclusión quiero llegar con todo eso?
¿Tenía esta visión de las cosas cuando me internaron? Hay una sola respuesta:
que ha sido la cantidad de años de tratamiento terapéutico personal. Vi la
inversión, la generosidad de ese proceso, el regalo que ha sido para mí, aunque
puede parecer un poco loco decir que los frutos de la terapia fueron la
capacidad de estar en la cárcel.
Pero es cierto: gracias a mi proceso, a mis
maestros, a mi maestro Claudio Naranjo era capaz de asimilar, de aceptar, de
comprender que tenía que pasar por ahí, y hacerlo del modo más limpio y
auténtico posible.
Gracias al proceso terapéutico, se generaba el
encuentro entre el dolor y la aceptación. Por un lado, estaba inmune a tantas
provocaciones que en ese momento no me tocaban, y por otro lado me sentía
vulnerable ante tanto sufrimiento. La enfermedad es la incapacidad de aceptar
el dolor, el dolor entre humanos. Aunque suena loco decirlo, es bello el
trabajo que se puede hacer aquí, el trabajo que se tiene que hacer aquí, por eso
cada día siento menos deseos de salir.
La vida es donde uno está y es cierto que para
vivir cualquier lugar es bueno. Los obsesivos del movimiento solemos creer que
la libertad física es la que nos otorga la capacidad de satisfacemos y de
placer. Cuando uno se da cuenta de que eso es así sólo en apariencia, encuentra
la paz, la tranquilidad consigo mismo. Con ese eterno ir, escapar de uno, cuesta
trabajo dar con el lugar donde uno tiene que anclar. Por lo menos a mí me
sucedió que era un descanso muy merecido abdicar, huir de mí, no oponerme.
El segundo paso fue también importante. Me
impuse participar en las actividades del centro. Ir a la escuela me daba mucho
gusto. Quería hacer todo el recorrido de la escuela. El grado mayor que hay es
bachilleres.
Yo no tenía ganas de ir a bachilleres. Tenía
ganas de ayudar a hacer un trabajo muy especial. Sentía que aún no era el
momento de dar la cara. No me sentía todavía limpio y me apunté a primero de
enseñanza primaria. Recordaba que la primera y única oportunidad que tuve de
cursar primaria fue cuando era pequeño. En aquel entonces me sentía torpe,
tonto, feo, bobo y aterrado por haber sido separado de mi madre. Ahora quería ir
a la escuela seguro de mí mismo, sin terror, sin ser forzado. Quería aprender
por
voluntad y deseo propio.
Tuve la gran suerte de conocer a esas maestras
pedagogas que son a la vez sanas y naturales. Para mí fue un verdadero encuentro
con los conocimientos. Me pareció de una gran permisividad el no ponerme trabas
para el aprendizaje. Quería aprender. Tenía
ganas de saber. Veía las dificultades que tenía antes con las tablas de
multiplicar y recuerdo también los tablazos de mi padre. Las tablas no eran
responsables de la fobia que les tenía. Todas las reglas gramaticales iban
entrando y colocándose con la facilidad y memorización extraordinarias. También
los planetas y la biología. Era tal el hambre de aprender que parecía que se
despertara después de cuarenta años. Ahora la libertad de aprender la veo como
algo natural en el ser humano, y esa mujer fue el paso siguiente y necesario.
Fue cuando empecé a escribir, a leer, a comprender muchísimas cosas. El orden,
la autoridad no eran un orden infra-humano sino un orden cósmico, el orden de un
sistema necesario para un buen vivir en este planeta, en este país, en la
tierra.
Había que estar simplemente atento a no
molestar. Era ese orden mismo el que proporcionaba ponerse a su disposición con
una buena actitud hacia él para que las cosas sucedieran y sucedieran las buenas
cosas.
Ese encuentro fue muy significativo en mi vida
aquí, pues donde he sentido mi libertad ha sido en la cárcel. Después de que
terminé el año saqué un diez.
Nunca había acudido con tanto gusto a una
entrega de diplomas. Con alegría, dispuesto, iba a recibir lo que me había
costado lograr por esfuerzo propio y ese esfuerzo era muy gratificante. Tiene su
gloria el esfuerzo. El ir a la escuela era para mí ir con alegría. Después, iba
a seguir el segundo año de primaria.
Debo decir que en esa clase éramos un grupo de
cuarenta personas, un grupo brillantísimo, un verdadero grupo que hablaba mucho
del ser humano.
Yo intervenía mucho ahí. Fue un grupo modelo,
un grupo de mucha cosecha como individuos que éramos. Teníamos una disciplina,
un orden, una limpieza, un buen nivel académico. La gran mayoría de los que
asistían a primero de primaria iban con la misma carga con la cual uno va de
pequeño.
La cárcel se volvía a repetir como la primera
cárcel que tuvimos, que fue la escuela al principio. Era meternos en un lugar
que no queríamos (y aquí cárcel en la cárcel). Resultaba duro que lo
entendieran.
Con mis compañeros nos juntábamos para hacer
las tareas y los dibujos. Era bonito por la actitud de ellos y también porque yo
aprovechaba aquellos momentos de las tareas para el desarrollo de la
convivencia, para estar juntos, para platicar, para convivir (¡tan difícil
aquí!)
Algo se transformó dentro de mí y no fue
intencionado. Como consecuencia casual fui invitado a trabajar al pabellón de
los psicóticos, a dar un curso de verano. Éramos sólo dos personas para un grupo
de 64 enfermos mal atendidos a nivel psiquiátrico, con irregularidad total en la
toma de medicinas, pero en trato, cero en tratamiento psicológico, cero en
movilidad. Se les trataba mal y mal era la organización. Era la vergüenza de
las vergüenzas, con todo los daños que acarrean las enfermedades crónicas o
mejor dicho que se hicieron crónicas por no haber sido bien atendidas.
Cabe mencionar que se trata de patologías y
contenidos patológicos algo diferentes de los pacientes tradicionales del
exterior.
Normalmente los terapeutas trabajamos con
sueños, pensamientos y fantasías, mientras aquí, con psicóticos delincuentes, el
tabú ha sido realmente trasgredido. Es presente. Se ha encarnado. Aquí la
patología abarca como mínimo parricidas, matricidas y no es lo mismo soñar con
asesinar a la madre, al hijo, al padre o al hermano que haberles matado de
verdad.
¿Qué alternativas les podía ofrecer yo para que
se volvieran cuerdos?¿Qué otro modo más grato tenía yo para brindarles después
de sacarles de donde estaban? Lo que únicamente les proponía a cambio era la
conciencia de lo que hicieron y un muro alrededor.
A mí me costaba trabajo comprender eso y
aceptar que les iba a sacar de un mundo muy personal (bueno o malo) a tener
conciencia de sus 30 ó 40 años de cárcel, lo cual no es muy agradable. Tampoco
es compensatorio vivir en la conciencia de 40 años de prisión o muy posiblemente
de una cadena perpetua, ya que a esas personas sólo les puede sacar la misma
familia que ellos dañaron, y por eso muchos de ellos están en una situación no
explícita pero sí implícita, de cadena perpetua, de morir aquí por el abandono
de sus familiares. Entonces se ponía peor todavía el negocio de la terapia y el
negocio de la salud; y la negociación era precisamente ofrecerles a ellos algo
muy fuerte: que esto es la verdadera prisión, no ya la interna, sino que no
había más que ofrecer. Yo estaba más o menos en las mismas que ellos, en el
sentido de que no hay un lugar adecuado para ser persona, sino que uno es el que
hace el lugar, el que lo convierte
en algo agradable o en el infierno.
Empecé a trabajar con ellos, unos 42 que iban
desde psicóticos, lesionados cerebrales por inhalantes, personas con daños
congénitos, esquizofrenias de todo tipo, lesiones neurológicas, toxicómanos
crónicos ...Era mucho material humano y había mucho que hacer pero yo me sentía
en pañales y con total ignorancia sobre la realidad tan pesada y fuerte que
tenía enfrente.
Aquí se requería de alguien que no negara el
miedo y tuviera experiencia en haber caminado por los pasillos del infierno
personal, conocer la locura del otro por empatía con la propia. Haberla vivido y
reconocerla sería la única posibilidad de contactar con ellos, de relacionarse
con ellos, gente tan mal tratada. Tenían desconfianza de la desconfianza y yo
miedo del miedo.
Recuerdo que duré más de quince días en la
puerta, era lo único que hacía:me sentaba en la puerta e iba revisando todos mis
prejuicios, mis cobardías y mis soberbias.
Cuando me aclaré de mis prejuicios, de mi miedo
principalmente, fue cuando di el primer paso, intentando no invadir su casa, el
terreno de ellos, por una pretensión personal de conocimientos. Era muy
consciente de que el primer paso para tocar su tierra era verles como personas.
El momento que les vi como tales fue cuando ví, di el paso y me metí en ellos.
Después de un añoy ocho meses, hoy es reconocida como la primera comunidad
terapeútica delincuencial y propuesta en todo México. Les será evidente a todos
ustedes que no sé aplicar la terminología gestáltica adecuada, pero he preferido
"estar atento" en el vivir cotidiano antes que en el buen uso de lo
aca-endémico.
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