¿A qué Señor soy asimilado al recibir la eucaristía? ¿Al que vive
eternamente y que no muere ya o más bien a aquél que hasta el fin del mundo
estará en agonía y cuya muerte anuncio en la celebración eucarística? ¿O quizás
estas dos existencias se entremezclan una en la otra, desde el momento en que
sobre el trono de Dios el Cordero está vivo y al mismo tiempo «como inmolado
desde el comienzo del mundo»? Si se vive el misterio de la existencia cristiana con una fe verdadera en el misterio de Cristo, aquel permanece insondable y ningún
cristiano auténtico puede tener interés en descubrirlo. Su vida está comprendida
entre dos puntos; existe por uno y está en función del otro: el primero es Dios en
Cristo y el segundo el prójimo. Su existencia es posible en la medida en que
representa el movimiento del primero hacia el segundo: el Espíritu Santo es el
encargado de impulsar y conducir este movimiento.
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